‘Piercings’ y tatuajes en la meca del lujo

Miércoles 18 de Mayo del 2016

Uno de los modelos listos para el escaparate.

Uno de los modelos listos para el escaparate. Tom Sibley

Se llaman Golo, Roman, Brandon, Sunny, Chucky y Hirakish. Son jóvenes con el cuerpo y el rostro acribillados de tinta, piercings y dilataciones. Desfilaron en la pasarela de la firma Hood by Air en París y se asomaron a la avenida de Madison desde los escaparates de Barneys, uno de los templos neoyorquinos del lujo. Solo acercándose al cristal se puede comprobar que los modelos son en realidad seis maniquíes hiperrealistas, réplicas exactas que reproducen cada uno de los rasgos, tatuajes y perforaciones de estos modelos. La provocadora estética de los maniquíes —con referencias al porno y el sadomasoquismo— es más propia de galerías alternativas de Brooklyn, que de un escaparate en la zona más pija de Manhattan. Por eso la iniciativa no dejó indiferente a ningún transeúnte. Hay quien se paraba para hacer fotos de lo que considera una forma de arte. Hay quien se cruzaba de acera.

Uno de los modelos con los que hacen los moldes.

Uno de los modelos con los que hacen los moldes. Rick Barroso

Seguramente, las ricas clientas de la avenida de Madison nunca recubrirán sus dientes de metal, ni perforarán su cuidada piel. Pero, en su versión más discreta, los anillos para la nariz, las dilataciones y los tatuajes son hoy los accesorios más codiciados en Nueva York.

La pasarela ha jugado una papel en esta expansión de una moda primero considerada marginal y después, rebelde y alternativa. Givenchy, Alexander McQueen o Dries Van Noten son algunas de las firmas que han recurrido a modelos con cejas recubiertas de cristales, imperdibles en la cara y la piel tatuada.

Los responsables de Barneys quisieron que los paseantes “reconsideraran la noción tradicional de belleza” mientras observaban la piel minuciosamente tatuada, dilatada, cicatrizada, y las bocas de los seis modelos deformadas por caras joyas.

Las esculturas se hicieron en colaboración con el artista Yuji Yoshimoto, y cada una llevó dos meses de trabajo. El proceso comenzó con un escáner en tres dimensiones de los jóvenes, que no son modelos profesionales. Después, Yoshimoto creó un molde negativo usando yeso sobre silicona y esculpiendo a mano para conseguir los detalles. Los moldes se rellenaron con silicona del color exacto de la piel del modelo. A continuación, se añadieron detalles para dar vida a las figuras, incluyendo cejas de pelo natural, aplicado uno por uno, dentaduras a medidas y ojos de cristal. Los tatuajes se pintaron al detalle. Por último, se colocaron las joyas para la boca, ideadas por la diseñadora francesa Dolly Cohen.

Creación del maniquí.

Creación del maniquí. Rick Barroso

Las piezas son una rara mezcla de objeto infantil, ortodoncia y sadomasoquismo. “Pensé en la idea de los chupetes como un fetiche. La ortodoncia juega con la idea de mantener la boca abierta. Tiene mucho que ver con la disposición y la ingenuidad; tener siempre la boca abierta, aceptar siempre”, explica Shayne Oliver, el director creativo de Hood by Air, en el blog The Window, de Barneys.

A solo unos metros de Barneys, en Bergdorf Goodman —otros almacenes solo aptos para carteras abultadas— comenzarán a venderse en junio los piercings del estudio de tatuajes The End is Near, en Brooklyn. Las joyas, que cuestan entre 530 y 1.325 euros, buscan atraer a una clientela joven, estilosa y con libertad para gastar.

La fiebre por los piercings es tal que el portal Womens Wear Daily (WWD) publicó en septiembre un artículo en el que señalaba cómo la demanda se disparó antes de la semana de la moda neoyorquina. Las asistentas querían estar listas para salir en las fotos de revistas y blogs. El artista J. Colby Smith contó a la WWD que su negocio aumentó un 40% antes de los desfiles.

El tatuador Jon Boy no da citas hasta julio. Es el autor de la diminuta cruz en la cara de Justin Bieber y del punto de tinta blanca en el dedo de Kendall Jenner. Le siguen 270.000 personas en Instagram. Muchos de sus tatuajes, dibujos minimalistas trazados con finas líneas, no le llevan más de quince minutos, pero su tarifa mínima son 265 euros por una hora. “El estilo minimalista funciona para gente de cualquier clase social, ya sea un modelo o un camarero en Starbucks. Es muy sutil”, explicó Boy a la web Pret-a-Reporter. “Puedes llevar una accesorio y verte elegante, sofisticado y sexy al mismo tiempo”.

Fuente: http://elpais.com/elpais/2016/05/17/estilo/1463494643_033955.html